Delicadas criaturas del aire: «Mi gran obra», de David Espinosa
¡Ah, qué grande es el mundo a la luz de las lámparas!
¡Y qué pequeño es a los ojos del recuerdo!
Charles Baudelaire
Cuando eres pequeño tienes la libertad de crear un mundo en el que pueden convivir un cowboy y un soldadito, un superhéroe, una princesa y un astronauta, todos viajando en un cochecito de carreras o en un barco pirata. Tienes la paciencia de encajar pieza tras pieza de Lego hasta construir la más sofisticada fortaleza. Y tienes también la impunidad de destruirlo todo de un manotazo, porque sabes que el placer estará en volver a construirlo al día siguiente.
Cuando crecemos, nos cuesta mucho más atrevernos a arrasar lo que cuidadosamente hemos construido, y empezar todo otra vez. En “Mi gran obra» Un proyecto ambicioso, David Espinosa se permite crear un universo delicioso e inquietante y tiene la valentía de barrerlo de un plumazo una y otra vez, con el eco de la impunidad infantil en sus expresivas manos. Pero la propuesta de David excede lo lúdico, es mucho más que un poético Juego de la Vida. Este microscópico teatro nos dispara potentes asociaciones y reflexiones sobre la sociedad contemporánea, tan sólo con cambiar de sitio alguno de sus 300 personajes. La escena bucólica pasa a ser absolutamente sórdida con unas pequeñas intervenciones. Nada es inocente en este rompecabezas existencial pleno de lirismo e ironía.
Cansado de que los medios económicos pusieran límite a su fantasía creativa, Espinosa, actor y performer, se propuso crear la obra itinerante más monumental, con la libertad del demiurgo. Y por eso recurrió a estas miniaturas para maquetas, que permiten una sorprendente riqueza de posibilidades. Strippers, antidisturbios, pederastas, punkies, folclóricas, cazadores de elefantes, funambulistas, presidentes, paparazzis, amantes. Jacques Tati mezclado con nuestras pesadillas más desasosegantes. Los ojos de los espectadores, aún con la ayuda de unos binoculares, no sabrán cómo abarcar cada sutil intromisión del supremo artesano, del hacedor; pero lo que no deben hacer –por favor- es quedarse sólo en los muñequitos. Parte del espectáculo es ver el placer soberano de Espinosa inundando sus escenas de irreprochable teatralidad: es un encantador de serpientes. La fascinación del público de su gran obra es como la de los niños ávidos que piden “uno más y ya” cada vez que el progenitor termina un cuento.
El arte -sostiene en su propia Metafísica David Espinosa- no está en el que hace, ni en el objeto artístico, el arte está en la mirada del que observa, en su enfoque. «Es el que mira el que le otorga la condición artística a algo, y por eso lo que trato de mostrar en mi trabajo es una mirada a mí mismo y a lo que me rodea, a la realidad, no para reproducirla ni representarla, sino para manipularla«.
El único elemento distorsionador en este ácido canto a la artesanía de lo mínimo, es la pantalla de una tablet en la que se proyectan algunas imágenes para las transiciones. Es mucho más interesante ver las metamorfosis in progress… Si una lámpara puede ser un sol, no necesitamos más. El espacio sonoro y los recursos lumínicos, también están dotados de impetuosa originalidad. De lo precario a veces surge la belleza.
Al acabar el espectáculo, nadie se mueve de su asiento. Todos queremos saber más: sobre la idea, sobre los materiales, sobre el origen de los personajes y las historias. David, el hombre paciente, incluso identifica a algunos de ellos con nombre, y nos cuenta que Mr. Blue probablemente tenga que necesitar un doble pronto, ya que está muy ajado. También nos habla de fantasías sobre próximas escenas que ya tiene en mente (princesas, banqueros, infantas…). Groucho dijo algo así como que la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna… Pues bien, los #tuiteatreros no salimos de DT Espacio Escénico siendo millonarios, pero desde luego la magia desplegada frente a nuestros rostros, pegados literalmente a esa mesa-escenario, se impregnará en nuestro recuerdo como un gran momento de belleza, un instante de felicidad.
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Nota luminosa
«The Andersen Project» era un maravilloso espectáculo de Robert Lepage. Lepage es famoso por su esplendorosa utilización de las nuevas tecnologías, por lo general -aunque no siempre-, plenamente justificadas y aprovechadas al extremo en todas sus posibilidades. En este one-man-show lo más impactante era el Landscape, un enorme dispositivo cóncavo en el que el artista canadiense entraba y salía, y donde se proyectaban imágenes que parecían tener una corporeidad tridimensional y nos transportaban directo a la Ópera de Paris y otros sublimes espacios. No os engañéis, detrás de ese despliegue tecnológico había una cuidadosa artesanía. El detrás de escena (tuve la suerte de vivirlo) era un universo en el que todo estaba cuidadosamente elaborado. Pero lo de las pantallas no dejaba de ser impresionante. Eso sí que era monumental. Y sin embargo, el momento más emocionante del espectáculo, ese que aún hoy me eriza la piel cuando lo recuerdo, era aquel en el que Lepage, ayudado tan sólo por su voz y la luz de la lámpara de una mesita de noche, jugaba a las sombras chinas para contar el cuento de Han Christian Andersen «The shadow». El instante pequeño. Con un cuento de esos que, aún hoy, queremos seguir escuchando. Cuéntame un cuento, anda.