Los libros de la buena memoria: Elogio de Peter Brook

«El vino entibia sueños al jadear
Desde su boca de verdeado dulzor
Y entre los libros de la buena memoria
Se queda oyendo como un ciego frente al mar.»
Los libros de la buena memoria
Luis Alberto Spinetta (Buenos Aires, 1950-2012)

Este post no es una crítica ni una crónica. Es una sucesión caótica de asociaciones libres a partir de la comunión ocurrida en la maravillosa ceremonia pagana que fue la función The valley of astonishment de Peter Brook en los madrileños Teatros del Canal.

Allá lejos y hace tiempo, en 1999, se estrenaba en Buenos Aires The man who, el primer espectáculo de Peter Brook que vimos por esas tierras, en el mítico Teatro San Martín. Yo trabajaba en mi primer festival internacional y recuerdo mi excitación al coincidir en un viaje en ascensor con uno de los actores de Brook, David Bennent, que tanto me había impresionado como el chico que no quería crecer en El tambor de hojalata de Schondlorff. The man who fue la primera de las obras en las que Brook abordó el tema de los desórdenes neurológicos. El cerebro se constituía en tema de reflexión, y su espectáculo (aunque encumbrado después, curiosamente recibido entonces con la misma tibieza que leo hoy en las críticas de The valley of astonishment) era el resultado de una investigación que demandó a Brook y su equipo años y años de trabajo. Entre las imágenes que me quedaron, recuerdo al actor japonés haciendo de un paciente que sólo podía percibir la realidad ubicada en su lado derecho, incluso en su propio cuerpo. El personaje no tenía percepción del lado izquierdo de su cuerpo, y se afeita la mitad de su cara, hasta que por fin entiende a través de verse en una pantalla, media cara todavía con crema, y suplica a los médicos que detengan las pruebas. Este y otros personajes desfilaban por el libro de Oliver Sacks con el bellísimo título de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, que sirvió de inspiración a Brook.

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The Man Who

Ni siquiera sé si aquel montaje me pareció entonces tan sublime como este The valley of astonishment (ya sabemos que la memoria -al menos la de la mayoría de nosotros- distorsiona los recuerdos). Lo que sí sé es que muchos de los libros-de-mi-buena-memoria como estudiante fascinada por la escena, eran y siguen siendo Provocaciones, El espacio vacío y La puerta abierta, todos de Peter Brook, de los cuáles suelo citar parrafadas en mis Cafés Teatrales. Y que entonces, asistir a una creación suya fue para mí todo un acontecimiento.

En una entrevista reciente en El País, Brook dice que “el teatro es compartir algo que toda la gente puede sentir, esto es, la riqueza y los problemas que se materializan en la gente que sufre alguna dificultad.” Yo no tenía ningún miembro fantasma ni una memoria prodigiosa, pero sin embargo salí de The man who cuestionándome sobre mis propias percepciones. Leí con fruición a Sacks. El neurólogo inglés daba el salto de lo científico a lo literario en sus libros plagados de anécdotas clínicas. «Hablar de enfermedades es una especie de entretenimiento de Las mil y una noches», decía. El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Veo una voz, Migrañas, Un antropólogo en Marte y La isla de los ciegos al color. ¡Ese sí era el imperio de los sentidos! Cada uno abría un universo.

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The Valley of Astonishment

No tuve oportunidad de ver Je suis un phénomène, siguiente montaje de Brook alrededor del cerebro, a partir de los cuadernos del neurólogo ruso Alexander Luria, a quien Sacks tanto admiraba. Marcos Ordóñez dijo que este trabajo de Brook “va recordando cada vez más al de esos pintores orientales que dibujan un paisaje completo con una absoluta economía de trazos”. He leído como crítica a The Valley… que en realidad se trata del mismo montaje de hace 16 años pero remozado. No creo que sea así, ya que los mismos comentarios dan cuenta de las transformaciones (y eso es lo que nos apasiona del teatro: que está vivo y en constante transformación), pero en todo caso ¿desde cuándo es algo negativo que un creador de muestras de un universo coherente, sólido, consecuente?

¿Acaso Pina Bausch no nos fascina una y otra vez con las mismas obsesiones, explorándolas desde diferentes ángulos? Y de muchos maestros de la pintura, ¿no decimos que al final siempre están pintando la misma obra? De hecho, el espectáculo que nos regaló el año pasado en el Festival de Otoño el propio Brook, El traje, era una relectura de una puesta de 1999, y vaya si agradecemos haber podido verlo. Un Brook luminoso y diáfano nos acercaba esta agridulce fábula africana convertida en evocadora celebración teatral.

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The Suit

Pues bien. The valley retoma temas planteados en The man who y Je suis un phénomènepero va más allá, aunque vuelva a Luria y su personaje de memoria infalible y desmesurada. La principal y evidente razón por la que este espectáculo será necesariamente distinto, son sus intérpretes. Brook siempre construye el espacio a partir de sus actores, y suele contar con excepcionales cómplices para ello. Marcelo Magni, Jared McNeill (a quien vimos en El traje) y especialmente la portentosa Kathryn Hunter, son los pilares de este Brook más cerca de la lúcida madurez que del artificio.

The valley of astonishment es sencillez, es precisión, es delicadeza. En este valle de asombro, una variedad de disfunciones neurológicas pone en suspenso los patrones convencionales de normalidad. La sinestesia (una percepción sensorial extraordinaria que combina dos o más sentidos), es la que atraviesa esta vez los casos que vinculan a paciente y médicos, interpretados alternativamente por los tres actores. En esa alternancia, el director ya está apuntando que -contra toda apariencia-, las fronteras entre salud mental, capacidad de aprehender el mundo, sensibilidad o inteligencia son límites absolutamente lábiles. (Si en El traje y otras piezas del universo Brook el eje giraba alrededor del racismo y las desigualdades entre los hombres, en la trilogía del cerebro las diferencias son más insondables).

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The Valley of Astonishment

Pero no hay que quedarse en la anécdota, ni esperar mensajes o conclusiones certeras. La trascendencia aquí deviene de pensarnos a nosotros mismos en nuestra percepción del mundo. La memoria como absorbente paisaje tridimensional, el deslumbramiento de la experiencia artística, la desesperación de quien ha llenado todas las calles y avenidas de su palacio mental, la incapacidad de olvidar, o de hacer que nuestro propio cuerpo responda como queremos. No hace falta ser sinestésico para entender el desasosiego ante la velocidad de los procesos de una mente con un don especial, o la belleza y la profundidad de cada movimiento, cada palabra, cada gesto de desconcierto de un personaje frente al abismo de la mente del otro.

Donde más se luce Marcelo Magni es con el personaje que tiene una distorsión en la percepción física de sí mismo y se apoya en su mirada para mover cada parte de su cuerpo. Recordé una de las enseñanzas de Declan Donnellan en el encuentro con el público antes de la función de su fantástica Measure by Measure en el CDN. Nos explicó, con un ejemplo muy banal, que lo primero no siempre es lo más importante… que si tengo sed y quiero beber de la botella, tendré que destaparla primero. Para mí, la bata del médico trasmutada en sábana para demostrarnos todo el esfuerzo que para el paciente representaba el quitarla para ver sus pies, es la tapa de la botella de la que hablaba Donnellan. Y Magni nos hechiza con su potencia física y emocional. Menos lograda es su composición del ilusionista, pero creo que mi desventaja es que conozco muy bien al mago argentino René Lavand, el personaje al que se homenajea (ver nota más abajo). Este número, aparentemente trivial, hace que sea aún más potente el final que desencadena la paciente memoriosa.

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Frágil y enorme Kathryn Hunter

Y ahí está, por supuesto, Kathryn Hunter: toda ella un portento en su composición de Sammy Costas. Su exquisito trabajo tiene su punto ciego en la escena en la que, después de haber memorizado sin comprender el comienzo del Infierno del Dante, Sammy se inunda de una emoción súbita al escuchar traducido el significado del poema. Esa misma emoción quedará en mí, ojalá que mi memoria lo permita. Como la sensación al ver la Ofelia prerrafaelita de Millais en la Tate Gallery o el escuchar en vivo por primera vez Nimrod de las Variaciones Enigma de Elgar.

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The Valley of Astonishment

Leo que en Je suis un phénomène había un momento en que se proyectaban en pantallas las imágenes que veía el paciente de la memoria prodigiosa cuando escuchaba la Divina Comedia. Pero es que en The valley no se necesitan pantallas para ver las maravillas del mundo interior que pinta en el suelo y en las paredes el artista (¡qué presencia la de Jared McNeill!) al «ver» una sinfonía de colores cuando oye jazz. Ni se necesita una réplica ofendida de los médicos a la desazón irónica con la que Sammy Costas los confronta al final. Hay una elección mucho más sutil: el silencio, la escucha, sostenida en unos maravillosos actores que saben recibir.

Para aquellos que no tuvieron el placer de gozar de la voz de esta actriz llenándolo todo, por favor, cierren los ojos y, como los ciegos, escuchen el mar:

Algunos de los que sí la vimos, nos quedamos con la epifanía. Embriagados con una gota de agua.

Algunos, como Elgar, somos más de los enigmas que de las certezas. Porque, como dice Brook El Sabio, lo bello de un final, es que no es un final.

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Notas exageradas al pie (y a la mano)

1. René Lavand, mito de mi infancia, es quizás el único mago que me gusta. Mi abuelo y mi padre lo adoraban, supongo que por propiedad transitiva yo también lo adoré. Alguien me hizo muy feliz una fría noche de hace muchos años regalándome un show de Lavand en un rincón de España.

Lavand perdió una mano a los 9 años pero con la que le quedó y con su talento, desarrolló toda una carrera basada en los trucos de cartas y su increíble capacidad como showman. Lavand es un ilusionista, pero también es un contador de historias. Y no es casual que diga que todo lo que sabe sobre equilibrio armónico en sus shows lo aprendió de la música, ya sea por sinestesia o por transferencia de las artes sus maestros: Beethoven, Mozart, Vivaldi, dice. Por eso no es de extrañar que Brook se inspire en él para el personaje que compone Magni en The Valley of astonishment.

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René Lavand

Pero este no es el único punto de unión con Peter Brook. En sus espectáculos, Lavand habla magnéticamente de la verdad y de la ilusión, pero a diferencia de los otros magos que celebran la velocidad, él sostiene que no es la mano sino el cerebro el que es más rápido que la vista. “No se puede hacer más lento”, repite ante la mirada atónita de sus espectadores, al “engañarlos” una y otra vez.

Yoshi Oida, el actor japonés que trabajó con Peter Brook en The Man Who, cuenta que en el Teatro Noh, con toda su carga sagrada, hay un rito – semejante a lo que en Occidente representa para un actor recitar a Shakespeare -, llamado el “acto de señalar la luna”. Él había visto en algunas ocasiones a grandes intérpretes cumpliendo con ese rito y hasta había admirado su virtuosismo. Hasta que una vez dio con un actor que señalaba la luna y, de repente, él dejó de ver al actor: sólo vio la luna. En ese instante, Oida supo que ése era el actor que quería ser.

Lavand es un mago raro que, además de hablar de compositores clásicos, también habla de un maestro de teatro japonés que le dijo a su discípulo: “Yo puedo mostrarte la posición exacta del cuerpo para señalar la luna. Ahora, que el público la vea corre por tu cuenta”. Y si no me creen, cuando tengan un ratito, mírense esta TedTalk. Otro sabio.

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2. Visiones de Brook

Antes de concluir esta declaración de amor a Peter Brook, quiero dejar constancia de que no todo lo suyo me fascinó. En el FACyL de Salamanca vi Warum Warum y no me gustó nada nada.

Vale, sigo. Más allá de la posibilidad de leer y releer sus maravillosos textos, hay varios materiales suyos que están a nuestro alcance. Además de director de teatro y de ópera, Brook ha dirigido cine (Moderato cantabile con Belmondo y Moreau sobre novela de Marguerite Duras, y la inquietante y salvaje El señor de las moscas), y supo registrar sabiamente como película algunas de sus puestas en escena más emblemáticas, como en el caso del Marat/Sade, sobre el tremendo texto de Peter Weiss, con una inolvidable y jovencísima Glenda Jackson como la narcoléptica Charlotte Corday.

También puede encontrarse subtitulado el Mahabharatha (aquí la primera parte, en total son como 9 horas). Su versión del monumental poema épico indio lo abarca todo: lo práctico, lo metafísico, lo espiritual, lo filosófico… 

El gran Jean-Claude Carriére colaboró como adaptador y participaron artistas de múltiples orígenes (Con Carriére también trabajó en su adaptación de La conferencia de los pájaros, poema persa del cual extrajo el título El valle del asombro. Consecuente, ¿veis?).

Por último, no podéis dejar pasar esta joya: el documental El funambulista, que pudimos ver en la Cineteca el año pasado. El maestro, su voz, su mirada. La búsqueda de estar siempre al filo de la cuerda floja.

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Si consiguieron llegar hasta el final, perdón por la desmesura. Gracias a mis #tuiteatreros por las estimulantes postfunciones que alimentan mis noches. Les regalo la canción del principio, «Los libros de la buena memoria», de L. A. Spinetta, en la bella voz de Gustavo Cerati, otro artista argentino que nos dejó recientemente, cada vez más huérfanos. Hagan click aquí. 

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About teatrorama

Verónica Doynel. Gestora cultural, programadora y productora de artes escénicas, cineseriéfila y lectora voraz. Puro teatro, vamos. En algún punto, tomando la acepción japonesa de "crisis" como peligro/oportunidad, asumí mi desorden de personalidad múltiple y me hice freelance. Ah, el discreto encanto de la autonomía. Como me falta tiempo, escribo. O lo intento. Soy porteña en Madrid. O lo intento. PD: Miembro fundadora del grupo #Tuiteatreros, integrado por espectadores entusiastas que comparten sus impresiones vía Twitter.

One response to “Los libros de la buena memoria: Elogio de Peter Brook”

  1. Raúl Mereñuk says :

    ¡¡Excelente!!! Maravillosa nota sobre un verdadero artista, genio del teatro que podemos disfrutar. Felicitaciones Vero!!!!

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