“Los Divinos” es amor (Ara Malikian en los Teatros del Canal)
Estos días he estado hablando con alguna gente acerca de opciones, salidas a la impotencia, a la apatía que lleva a las personas a quedarse impertérritas frente a la tele. No soy tan ingenua como para creer que el arte nos salvará (sobran en la historia ejemplos de las atrocidades que ha provocado la Ilustración), pero sé que desarrollar la sensibilidad, el espíritu crítico, la capacidad de disfrute son claves para plantarse en el mundo e intentar construir algo distinto. Y la mejor manera de lograr eso es incentivarlo desde la infancia, algo que procura desde hace años, con humor y virtuosismo, ese artista generoso y genial que es Ara Malikian.
Esta semana se estrenó en los Teatros del Canal Los Divinos, última iniciativa de Ara junto al tenor José Manuel Zapata bajo la dirección de Marisol Rozo. No, no fue necesario que alquilara un niñito como excusa para disfrutar de este espectáculo familiar: los mayores podemos maravillarnos ante él sin culpa, también está pensado para nosotros.
Kidults: «Fuerza bruta», o la levedad
Cuando terminó la función de Fuerza Bruta en mi adorado Circo Price pensé en el peterpanismo, los adultescentes, la emerging adulthood… todos esos neologismos que se inventan los psicólogos postmodernos para referirse a esa nueva etapa vital que atraviesan muchas personas entre los dieciocho y los treinta y tantos, que retrasan los supuestos hitos del ingreso a la adultez para recrearse en la experimentación (social, laboral, existencial) asociada a la adolescencia o la primera juventud.
Este espectáculo -dirigido por Diqui James- fue estrenado en Buenos Aires en 2005, y desde entonces viene sorprendiendo a públicos de ciudades como Londres, Berlín, Amsterdam o Nueva York, donde aún se siguen presentando con su «teatro aéreo». Prometen un ataque a los sentidos pero advierten de que no se espere una narrativa al uso. Y sin embargo, es evidente que ese atisbo de dramaturgia de las primeras y potentes imágenes (ese hombre alienado que corre, que cae, la camisa que se quita una y otra vez, las mesas, las sillas, los cuerpos que se deslizan y chocan y siguen pasando como en una cinta de Moebius) podría crecer, ir más allá, estallar de verdad para despertar esa pretendida operación sobre la sensibilidad del espectador. Pero se queda en la superficie, y esa aparente metáfora de la violencia urbana o de la crueldad de la experiencia cotidiana se olvida rápidamente para pasar al siguiente estímulo.