Mientras tanto en Baires… (Festivalitis aguda)
Desde el 24 de septiembre y hasta el 8 de octubre se está celebrando el VIII FIBA Festival Internacional de Buenos Aires, dedicado a las artes escénicas. La programación incluye 14 compañías extranjeras y 34 espectáculos locales -de los cuales 6 son estrenos-, y abarca 25 sedes distintas.
Por esta cita bianual han pasado los grandes innovadores del panorama actual del teatro y de la danza, posibilitando a los artistas locales una reflexión sobre su propia producción y dando al público porteño el placer de ver obras de gran calidad.
Angélica Liddell, representante española en el FIBA, con su provocador espectáculo “Yo no soy bonita”
Aunque la dirección de esta edición, a cargo de Darío Lopérfido -el mismo que lo dirigió en sus inicios allá por 1996-, está siendo objeto de cuestionamientos por parte de las salas independientes que se consideran relegadas en las cuestiones organizativas y de programación del festival, es de destacar la apuesta que este festival sigue haciendo por la producción local, continuando la línea marcada por el anterior director, Rubén Szumacher.
Siempre me pareció interesante el modelo que combinaba los “greatest hits” de la escena contemporánea mundial (todos los grandes nombre que aquí conocemos por el Festival de Otoño han pasado por Buenos Aires, desde Peter Brook a Bob Wilson o Pina Bausch, y compañías como el Piccolo o la Volksbune) con la oportunidad de poner en una vidriera con resonancias en el exterior a lo mejor de la escena porteña. Allí se han presentado los nombres más interesantes de la creación en Buenos Aires: Daniel Veronese, Javier Daulte, Rafael Spregelburd, Claudio Tolcachir, Ciro Zórzoli…, con la posibilidad por un lado de contar entre el público con programadores internacionales que puedan brindarles la oportunidad de girar, pero también con la ocasión de acercarse a una mayor audiencia (los espectáculos locales se presentan con entrada gratuita o a muy bajo precio).
Esta estrategia ha dado sus frutos: en las sucesivas ediciones del FIBA las entradas para estas funciones se han agotado sistemáticamente. Claro, Buenos Aires, con sus más de 200 salas, es una de las capitales del mundo con mayor actividad teatral y tiene un público entrenado y ávido de novedades.
En Madrid me han explicado que esa estrategia no tendría sentido en El Evento Antes Conocido como Festival de Otoño, porque aquí en España existen para tal fin las ferias de teatro. Sin embargo, estas están dirigidas casi exclusivamente a programadores, cuando lo interesante en este caso sería poder usar el foco de atención que implica tener un festival de estas dimensiones para acercar al público en general también a la producción local española. Es decir, ya sabemos que los espectáculos extranjeros se llenarán, sobre todo de gente de la profesión (que vendrán “aplaudidos de casa”, como suelo decir, a rendirse ante la última genialidad de Brook), pero qué bonito sería que personas que habitualmente no van al teatro descubrieran que en muchas salas pequeñas de Madrid se intenta generar con mucho esfuerzo una realidad escénica distinta.
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Nota mental
En el II Festival Internacional de Buenos Aires empezó mi andadura en el mundo de la gestión teatral. Existía una figura que tenía el poético nombre de “Ángel” (desconozco si lo siguen usando). Era un eufemismo para referirse al joven apasionado por las artes escénicas que moriría por pasar dos semanas entre compañías teatrales actuando como traductor cuando fuera necesario y supervisando el cumplimiento del cronograma de trabajo, tarea por lo cual no le importaba cobrar una miseria. Tuve suerte, me tocó trabajar con una compañía inglesa y con una española. Muchos años después me volvería a cruzar con su directora, pero esta vez yo era la programadora del teatro. Alguno de aquellos actores a día de hoy continúa siendo mi amigo.