Veraneantes («La gaviota» vuela alto)
Todos los que alguna vez nos hemos dedicado al teatro soñamos con interpretar «un» Chejov. Y de entre todos ellos, puede que La Gaviota sea quizás el que más nos emociona a los teatreros, por la honda reflexión sobre el teatro y el arte que hay en esta obra del dramaturgo ruso. Hacer un Chejov puede ser la culminación de una carrera artística, por eso a vuelo de pájaro podría parecer una osadía por parte de un director tan joven como Rubén Ochandiano -conocido sobre todo por sus trabajos como actor cinematográfico- enfrentarse a este texto.
Allí estaba Rubén en la última función en el hall del Teatro Lara, en la primera fila, casi adentro de la escena, un poco alla Kantor. Miraba deslumbrado el hacer de sus criaturas, pero con cierta distancia, como pensando en si el engranaje funcionaría también esta noche. El demiurgo puede estar tranquilo: cuando todo fluye, como en esta Gaviota, entendemos por qué amamos el teatro.
La gran Toni Acosta y su Irina Nikolaiévna
Algo de mágico hay en este hall que ya nos regaló esa pequeña joya que es La función por hacer, de Miguel del Arco. Habitado por estos nuevos personajes, el espacio reducido estalla por la intensidad de la pasión que mueve a cada uno. Aunque desde el comienzo Max, eterno enamorado de Kostia (Mascha en el original, un sútil juego que provoca nuevos sentidos en esta versión) deje claro que no cree en la felicidad sino en el sentimiento de querer ser feliz. Y en esa búsqueda están inmersos estos veraneantes. El propio Chejov definió a La gaviota como una pieza que trata sobre lo que hace la gente en el campo durante las vacaciones de verano, mostrando el patetismo de las vidas de estos seres que añoran su pasado, odian su presente y temen al futuro (casi como otros veraneantes rusos, los de Gorki, que inspiraron otro sorprendente montaje de Del Arco).
Ah… qué maravillosa la radiante Irina de Toni Acosta, qué fuerza y desesperación en el Kostia del asombroso Javier Pereira, qué profundidad en la aparente ligereza entusiasta de la Nina de Nausicaa Bonnín. Pero también nos cautivan las historias laterales, entretejidas en esta red de ambiciones y frustraciones, que construyen el subtexto a veces sólo con miradas: la de Sergio (Tomás del Estal) con Paulina (Viviana Doynel) en esa bella escena en la que ella le propone marcharse, o la de Simona (Silma López) en la perseverancia resignada de su devoción por Max (Gorka Lasaosa).
Y es que esta inteligente adaptación y el logrado trabajo de dirección de Ochandiano permiten que todos y cada uno de los actores se entreguen a sus personajes presentándolos en lugar de representándolos, en comunión con los espectadores que estamos tan cerca. Tan cerca que casi podemos tocar el íntimo dolor de ese joven que quiere crear formas nuevas en el teatro anquilosado, o la angustia de una diva que siente que su esplendor ya ha pasado, pero a quienes al final lo único que les importa es el abrazo del ser al que aman.
La he visto y leído tantas veces, y sin embargo, en esta puesta con sabor nuevo, la vorágine desatada con el ruego de Kostia al demiurgo («¡Director, para esto!») y esa última frase del médico, me hicieron llorar como nunca. Espero que los que no la hayáis visto tengáis oportunidad de hacerlo el año próximo en algún escenario, porque montajes como este merecen alzar vuelo por una temporada larga.
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Nota mental
En la Facultad leí las cartas de Anton Chéjov. Parece que la noche de 1896 en la que se estrenó, «La Gaviota» fue un absoluto fracaso. Cuentan que la famosa Vera Komissarzhévskaya, que interpretaba a Nina, estaba tan intimidada por la hostilidad del público que perdió la voz en plena representación. Chéjov abandonó su butaca y pasó los últimos dos actos tras bambalinas. Tuvo que llegar el otro genio renovador del teatro ruso, Konstantin Stanislavski, para que la obra triunfara definitivamente cuando él la dirigió en una producción para el Teatro de Arte de Moscú. Yo recuerdo especialmente la versión que en 1996 dirigió Augusto Fernandes en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Allí, Julio Chávez hacía de Kostia. Por ese entonces él ya era un actor prestigioso, pero era la primera vez que yo lo veía en un escenario. El deslumbramiento fue casi el mismo que sentí con este Konstantin de Javier Pereira. Ojalá el devenir de su carrera nos regale tantas muestras de talento como las que sigue regalando Julio Chávez al otro lado del océano plagado de gaviotas.
Siento no haber podido disfrutar de esta versión. Vi una hace muchos años interpretada por Concha Goyanes en el Bellas Artes y no entré en la obra. Mi debilidad es «Tio Vania» pero espero que repongan esta «Gaviota» para poder sentir lo que tu has sentido con ella. A Julio Chavez solo lo he visto en «Un oso rojo» y «Epitafios» y creo que no son sus mejores trabajos. Tampoco entré en «Muda» y creo que fue por la interpretación de la muda. De todas formas el día que fui hacía un calor horrible en la sala Pradillo.
Pues parece que «La Gaviota» estará el año próximo en la Sala Pequeña del Teatro Español. De Julio Chávez: «Un oso rojo» no solamente me parece una película maravillosa, sino que su trabajo es impresionante, muy sútil. «Epitafios» no la vi, es la serie, ¿verdad?
Y con respecto a «Muda», a mí me gustó mucho, pero reconozco que tienes que «entrar», mi sensación es que es una manera bastante distinta de hacer teatro que la que habitualmente vemos en España. Por eso la gente se sorprendió tanto con Tolcachir y su familia Coleman. Y sin embargo, fíjate que a mí me gustaron más estos montajes de Messiez que el de Tolcachir. A ver qué ocurre con «Los ojos»…
Sí, «Epitafios» es la serie. De Tolcachir me divertí con la familia Coleman y me emocioné con «Tercer cuerpo», para mi gusto es la mejor. «El viento en un violín» me recordó mucho a «La omisión de la familia Coleman». Espero tu comentario sobre «Los ojos» y sobre todo tus «Notas mentales» 🙂